Leí por primera vez El cuervo hace ya muchos años, cuando Glénat había sacado en cuatro números la serie de James O'Barr. En ese momento no me pareció un gran cómic: con un dibujo mediocre y unos diálogos que se me antojaban demasiado melodramáticos, fue una obra que no me acabó de convencer. Pero El cuervo es una obra que tiene que madurar el lector, escrita desde el corazón, cuyo mayor mérito es el poder transmitir las fuertes emociones del autor a través de las viñetas. Ahora, en la edición definitva que recientemente ha realizado Glénat en un tomo recopilatorio, podemos valorar esta obra como un conjunto cerrado y ampliado con diversas ilustraciones y poemas suplementarios que se encargan de completar el cómic.
La película de El cuervo, a principios de los 90, contribuyó en gran medida a que la estética gótica se pusiera de moda entre el gran público. Gran parte de esa estética ya estaba presente en el cómic de O'Barr, una obra que evidencia su filiación con el movimiento siniestro que surgió tras el punk, y más ampliamente con el neoromanticismo con el que este movimiento tiene algunos puntos de contacto: ahí están, completando el cómic, las letras de The Cure, Joy Division o Rimbaud. El cuervo es una obra oscura, hecha de dolor y desesperación. Es una historia de amor, pero sobre todo es una historia de venganza dura y pura, la venganza poética que todos desearíamos realizar si nos ocurriese lo que le pasa al protagonista.
El cuervo cuenta la historia de Eric Draven, un joven que es asesinado junto a su novia en vísperas de su boda. Un año más tarde, Eric vuelve de entre los muertos para eliminar a la banda que terminó con su vida y su felicidad. Eric, convertido en El cuervo, animal que le acompaña y que ha actuado de psicopompos en su proceso de muerte y resurrección, es la personificación del dolor, la locura y la venganza. Ha dejado de ser humano para convertirse en el instrumento del equilibrio universal. Las escenas nocturnas en la ciudad, una ciudad decadente y destruida por su propia maldad, contrastan con los flashbacks, llenos de luz y esperanza, en los que vemos la vida de la pareja, conscientes de que esa felicidad está destinada a truncarse. También destacan las escenas oníricas, llenas de simbolismo, en las que un caballo blanco representa la inocencia, la bondad y el amor que el dolor se encargará de arrebatarle a Eric.
James O'Barr planifica estratégicamente el desarrollo de los acontecimientos: El cuervo va lentamente eliminando a los secuaces menos importantes, mientras se van dosificando los flashbacks, de manera que en el último capítulo viene a coincidir la rememoración definitiva del asesinato de Eric y su novia y la muerte de todos los pandilleros responsables de aquel acto. El abismo entre lo que siente por dentro Eric y la situación que busca en la calle es lo que propicia el clímax de violencia desatada al final de la obra. Porque estamos ante una venganza sin concesiones: nada que ver con la adulterada versión cinematográfica, en la que los poderes del protagonista están vinculadas al animal que le acompaña, y eso le hace débil ante sus enemigos. En el cómic, Eric no tiene nada que temer, puesto que ya está muerto y su único fin es eliminar a sus asesinos.
El cuervo, así, se convierte en una especie de Redentor oscuro, que muere y resucita por los pecados cometidos. En el libro tres ("Ironía"), la idea se hace patente al yuxtaponer O'Barr las imágenes de una iglesia con las de Eric, la del cañón de una escopeta con la de la cruz de Cristo, con una voz en off que dice
Existe más de una manera de purificar el alma. Hay absolución, y redención y salvación, y unos medios para justificar un fin. Y si algunos de estos axiomas tienen polaridades opuestas -y en ese momento vemos como se superpone el plano interior de una iglesia con la casa abandonada de Eric- hay por lo menos cierto consuelo en el hecho de que tienen una base común.
El cuervo vuelve a manifestarse como el Redentor en la escena en que, a la manera de Jesucristo y la mujer adúltera, salva a la madre de Sherri de las drogas, redimiéndola de su vida de excesos con esa intervención mesiánica, estremecedora, de Eric:
Vete de aquí, Sandy. Antes de que él te chupe toda la luz de los ojos. Sherri te eserpa. Madre es el nombre de Dios en los labios y los corazones de los niños. ¿Comprendes? ¿Lo comprendes?
(Esta escena está muy bien interpretada en la versión cinematográfica donde es, aún si cabe, más conmovedora cuando El cuervo obra el milagro de extraer la morfina de la sangre de la joven madre yonki). Finalmente, en la masacre final del capítulo "La fiesta del martillo", El cuervo despliega sus brazos para recibir una lluvia de balas a modo de otra crucifixión, que acabará con todos los asesinos de Shelly. Un Mesías oscuro que confiesa a Funboy, justificando su obra: "Lo divino no es menos paradójico que lo malvado. Llevo la corona de espinas que T-Bird colocó en mi cabeza".
Gráficamente, El cuervo es un cómic con, reconozcámoslo, algunos altibajos: desde un estilo más caricaturesco, a otro muy realista, con el uso de lapices, plumillas imitando grabados, claroscurros, expresiones algunas veces cercanas al manga, y otras haciendo uso de viñetas hipercargadas de un realismo sucio y deprimente, hay páginas en las que tenemos a un O'Barr realmente inspirado y otras en las que parece que tiene prisa por terminar. Un detalle que puede pasarse por alto gracias al nivel narrativo y al guión, que, en el fondo, si tiene cierta hondura trágica, es porque lo necesita.
Esta edición definitiva mejora la anterior aportando, además de todos los extras que ya había (letras de canciones, portadas de los números en grapa, y dibujos varios) una tapa dura, una nueva introducción del autor, y lo que puede ser más interesante, treinta páginas adicionales que se insertan dentro de la historia rellenando huecos en flashback, además de una nueva coda al final de la historia.
El cuervo es una obra que nos sumerge en un universo propio: el de una ciudad muerta, de calles sucias, de madrugadas de autopistas silenciosas, de canciones de The Cure que nos alienan de nosotros mismos. El ambiente ideal que nos conecta con lo que debió sentir James O'Barr cuando creó este cómic tras la muerte de su novia en un accidente de tráfico. Leyendo la obra uno consigue entrar en ese infierno privado y salir de él tras la oportuna catarsis. Con todo lo dicho ya, sin duda el lector se perctará que estamos ante una obra, en definitiva, imprescindible.