Tenía curiosidad por saber qué nos podía traer de nuevo la pareja de autores que coincidían de nuevo en Scarlet. Hace años que seguimos las trayectorias de Brian Michael Bendis (Torso, Alias, Powers, Spiderwoman, Sam & Twitch, etc.) y Alexander Maleev (El Cuervo: Tiempo de muerte, Daredevil, Spiderwoman), y sabíamos que su nuevo trabajo sería, por lo menos, suscitador de opiniones encontradas.
Scarlet es el último trabajo hasta el momento de este dúo autorial. Una nueva obra que, en parte, sigue la línea que hasta ahora nos ha marcado Bendis relacionando los cómics de superhéroes con el género negro, pero va más allá.
En primer lugar, porque intenta crear algo nuevo acudiendo a la experimentalidad. Y para hacerlo, rompe la "cuarta pared", como se dice en teatro, para implicar al lector en la obra. Este recurso no es nuevo en el cómic; de hecho, está presente desde sus más tiernos inicios, y normalmente aporta una nueva perspectiva a la obra. Casi siempre se utiliza de una forma humorística o metaficcional: en el momento en que el personaje entabla un diálogo con el lector es que asume que es un personaje. ¿O no? En Scarlet, este recurso, que se utiliza no puntualmente, sino que es una de las anclas del punto de vista narrativo, es utilizado para implicar al lector, para hacerle reflexionar, y para acercar el punto cínico de las reflexiones del personaje. Bendis necesita implicar al lector. ¿Por qué? Porque el cómic habla de revolución. De revolución social ("revolución americana", dice Bendis, como si sólo pudiera darse en los EEUU. Al inicio de la obra, Bendis seguramente aún no había visto las noticias relacionadas con la Primavera Árabe, el movimiento 15M, y desde luego el Occupy Wall Street estaba a punto de estallar en ese momento). De insubordinación, de desobediencia civil. La injusticia y la corrupción del poder son las chispas que hacen explotar a Scarlet, que se erige en cabeza de un movimiento mucho más grande que el que las autoridades que lo intentan sofocar creían que sería.
Evidentemente, Bendis ha de tener en mente otras obras como V de Vendetta en mente cuando crea Scarlet. Y no digo otros referentes de presentes-futuros distópicos como 1984 o Fahrenheit 451. Al mismo tiempo, busca a un personaje que sea icónico, que llame la atención. Él mismo cita a Maleev en los guiones previos la fuerza de la imagen de El cuervo de James O'Barr, pero sin el regusto siniestro que tenía éste.
Porque en el fondo, Bendis busca una cara anónima para liderar un movimiento popular. Un movimiento de resistencia civil ante el poder y la corrupción, que diga basta a todos los atropellos que los que gobiernan realizan en virtud a la confianza que los ciudadanos depositaron en ellos. Yo veo Scarlet como un cómic muy acorde con los momentos que vivimos. Es en buena parte -dejando ahora las cuestiones experimentales formales, el mérito de la obra como cómic en sí- un cómic de nuestro tiempo; una actualización de la reivindicación anarquista de Moore en V de Vendetta, la legitimación incluso del uso de la violencia ante quienes han violado sistemáticamente los derechos de la ciudadanía. Scarlet mata a diversos policías corruptos, que habían abusado de su posición bien violando chicas, traficando con drogas o asesinando inocentes para cubrirse las espaldas. Y no se esconde: ante el creciente fervor popular que suscitan sus actos (grabados y lanzados a la opinión pública por ella misma) no duda en aparecer entre las multitudes manifestantes y arengarlas. La serie, en este primer tomo, apenas acaba de empezar, y está por ver hacia donde irá, pero su mismo planteamiento es ya perturbador para el lector. Y más en el momento en el que vivimos, en el que hemos visto como este tipo de manifestaciones en contra del sistema no son tan utópicas como algunos pensaban que iban a ser.
La verdad es que por ahora la serie es de sobresaliente; el único pero que puedo ponerle a la obra es la manía de Alex Maleev de resucitar el formato de fotonovela en sus últimas obras. Con lo bien que dibuja este señor (antaño, en su tomo de El Cuervo, o en Daredevil), y lo único que hace es pintar sobre fotografías (igual que en Spiderwoman). Por un lado, le da un carácter como más realista a una historia que es muy cercana, pero por otro, no deja de ser un apaño algo cutre para el inmenso talento que sabemos que tiene Maleev y que parece quererse ahorrar no sabemos por qué motivos.
En definitiva, una serie que convendrá seguir porque realmente vale la pena, y que proponemos desde ya como de lo mejor del año, aunque a decir verdad se publicase a finales de 2011.
Scarlet es el último trabajo hasta el momento de este dúo autorial. Una nueva obra que, en parte, sigue la línea que hasta ahora nos ha marcado Bendis relacionando los cómics de superhéroes con el género negro, pero va más allá.
En primer lugar, porque intenta crear algo nuevo acudiendo a la experimentalidad. Y para hacerlo, rompe la "cuarta pared", como se dice en teatro, para implicar al lector en la obra. Este recurso no es nuevo en el cómic; de hecho, está presente desde sus más tiernos inicios, y normalmente aporta una nueva perspectiva a la obra. Casi siempre se utiliza de una forma humorística o metaficcional: en el momento en que el personaje entabla un diálogo con el lector es que asume que es un personaje. ¿O no? En Scarlet, este recurso, que se utiliza no puntualmente, sino que es una de las anclas del punto de vista narrativo, es utilizado para implicar al lector, para hacerle reflexionar, y para acercar el punto cínico de las reflexiones del personaje. Bendis necesita implicar al lector. ¿Por qué? Porque el cómic habla de revolución. De revolución social ("revolución americana", dice Bendis, como si sólo pudiera darse en los EEUU. Al inicio de la obra, Bendis seguramente aún no había visto las noticias relacionadas con la Primavera Árabe, el movimiento 15M, y desde luego el Occupy Wall Street estaba a punto de estallar en ese momento). De insubordinación, de desobediencia civil. La injusticia y la corrupción del poder son las chispas que hacen explotar a Scarlet, que se erige en cabeza de un movimiento mucho más grande que el que las autoridades que lo intentan sofocar creían que sería.
Evidentemente, Bendis ha de tener en mente otras obras como V de Vendetta en mente cuando crea Scarlet. Y no digo otros referentes de presentes-futuros distópicos como 1984 o Fahrenheit 451. Al mismo tiempo, busca a un personaje que sea icónico, que llame la atención. Él mismo cita a Maleev en los guiones previos la fuerza de la imagen de El cuervo de James O'Barr, pero sin el regusto siniestro que tenía éste.
Porque en el fondo, Bendis busca una cara anónima para liderar un movimiento popular. Un movimiento de resistencia civil ante el poder y la corrupción, que diga basta a todos los atropellos que los que gobiernan realizan en virtud a la confianza que los ciudadanos depositaron en ellos. Yo veo Scarlet como un cómic muy acorde con los momentos que vivimos. Es en buena parte -dejando ahora las cuestiones experimentales formales, el mérito de la obra como cómic en sí- un cómic de nuestro tiempo; una actualización de la reivindicación anarquista de Moore en V de Vendetta, la legitimación incluso del uso de la violencia ante quienes han violado sistemáticamente los derechos de la ciudadanía. Scarlet mata a diversos policías corruptos, que habían abusado de su posición bien violando chicas, traficando con drogas o asesinando inocentes para cubrirse las espaldas. Y no se esconde: ante el creciente fervor popular que suscitan sus actos (grabados y lanzados a la opinión pública por ella misma) no duda en aparecer entre las multitudes manifestantes y arengarlas. La serie, en este primer tomo, apenas acaba de empezar, y está por ver hacia donde irá, pero su mismo planteamiento es ya perturbador para el lector. Y más en el momento en el que vivimos, en el que hemos visto como este tipo de manifestaciones en contra del sistema no son tan utópicas como algunos pensaban que iban a ser.
La verdad es que por ahora la serie es de sobresaliente; el único pero que puedo ponerle a la obra es la manía de Alex Maleev de resucitar el formato de fotonovela en sus últimas obras. Con lo bien que dibuja este señor (antaño, en su tomo de El Cuervo, o en Daredevil), y lo único que hace es pintar sobre fotografías (igual que en Spiderwoman). Por un lado, le da un carácter como más realista a una historia que es muy cercana, pero por otro, no deja de ser un apaño algo cutre para el inmenso talento que sabemos que tiene Maleev y que parece quererse ahorrar no sabemos por qué motivos.
En definitiva, una serie que convendrá seguir porque realmente vale la pena, y que proponemos desde ya como de lo mejor del año, aunque a decir verdad se publicase a finales de 2011.
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