En esta nueva entrega encontramos a un Paul más cercano al presente -y consecuentemente al Rabagliati original-, ya en la cincuentena, ubicado inmediatamente en el momento de la promoción del album Paul en los scouts. Paul está divorciado, a su madre le diagnostican una enfermedad terminal... y en ésas está. Sin perder un ápice de la habilidad narrativa que le caracteriza (la exquisita planificación de página, el metafórico árbol que abre cada capítulo de la historia), Rabagliati hace un giro en esta obra que me hace pensar en Peter Bagge. Su dibujo, siempre con ese estilo deudor de los cartoon de los años 50, algo emparentado con el de Seth, parece que se ha afilado (¿desquiciado?) con el tiempo, o quizá para este álbum, y el tratamiento de uno mismo, aunque no es tan despiadado como en el caso las obras del autor de Odio, se hace tragicómico en las miserias y las pequeñas alegrías de la vida.
La soledad, el sentido de la vida, la certeza de la finitud, el anquilosamiento de nuestro cerebro según nos vamos haciendo viejos... son algunos de los temas que Rabagliati inevitablemente toca en esta entrega. Porque, en esta ocasión, o al menos ésta es mi impresión respecto a las entregas anteriores, aquí la introspección parece cobrar importancia frente al mero desfile de recuerdos que habían sido los cómics anteriores (al fin y al cabo, éste es el cómic más cercano al presente que ha publicado, es lógico que tenga un carácter más intimista).
En definitiva, si las anteriores historias de Paul consistían en una evocación, más o menos ficcionalizada, de un recuerdo, aquí, pienso, el tema del retrato psicológico toma mayor relevancia y pone sobre la mesa una serie de cuestiones existenciales, no exentas de humor (y cierta esperanza). Cabe decir que, además, la cercanía personal de los hechos que cuenta Rabagliati con mi propia experiencia hacen que valore todavía más este Paul en casa. Si me preguntáis, en este momento de la vida diría que éste es mi volumen preferido de todos lo que han aparecido hasta ahora.
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