El género de los superhéroes ya tiene más de sesenta años desde que hicieran sus primeras apariciones allá en los años 40, enfrentándose con las hordas nazis, y en muchas ocasiones parece enquistado por su propia endogamia. Durante muchas generaciones, los autores de cómic han sido a su vez consumidores de cómic, con lo que el género llegó a tener en ocasiones un terrible olor a armario cerrado. Pero afortunadamente siempre ha habido creadores que han llevado el género un paso más allá de sus límites. Así, en los años 80, Frank Miller con su versión de Batman (el famoso The Dark Knight Returns, o su relectura de Daredevil en Born Again) o Alan Moore con sus Watchmen hicieron madurar a unos héroes que habían sido muy cándidos hasta entonces. En los 90, la revisión fue más de carácter visual, pero vacía de contenido (baste recordar los infaustos años de éxito triunfal del Spawn de Todd McFarlane, o toda la generación de cómics Image), y a partir de entonces, guionistas como Kurt Busiek (Marvels, Astrocity) o el que hoy nos ocupa, Mark Millar (The Authority, Ultimates), han intentado acercar el mundo de los superhéroes a la realidad, dejando atrás ciertas premisas del género que pedían al lector la suspensión de la verosimilitud. Si Busiek lo hizo desde la perspectiva del asombro que debería causar en una persona real el presenciar la actividad de esos superhéroes, cosas que con el tiempo hemos llegado a aceptar como normales (ver volar gente, la destrucción sistemática de los rascacielos de las grandes ciudades, las luchas entre seres superpoderosos que barren con todo...), Millar lo planteó desde un realismo más crudo, en la línea de lo que también estaban haciendo otros guionistas como Warren Ellis o Garth Ennis.
En Kick-Ass, la serie que editó Marvel bajo su sello Icon, y que ahora con la adaptación al cine recientemente estrenada, ha cobrado cierta resonancia en los medios, Millar plantea algo que sorprende por lo sencillo de su planteamiento ("¿cómo es que a nadie se le había ocurrido antes?", se pregunta el personaje): ¿qué ocurriría si alguien "normal" se pusiera un buen día a hacer de superhéroe? Dave es un friki como lo era Peter Parker en su momento, sólo que a él no le pica una araña radiactiva. Él es un fanboy, un friqui cualquiera como los hay a patadas en nuestra sociedad, que tiene su Myspace, participa en sus foros de internet y descarga películas. Y en un momento determinado decide hacer lo que ha visto hacer mil veces en los comicbooks.
Hemos dicho que el punto de partida es original en el caso del cómic, pero permitidme un apunte. No lo es tanto. Hace muchos años, el escritor Santiago Sánchez Pérez, alias Korvec, escribió la novela -inédita aún- Las creíbles desventuras de Anestesia Fist. En ella, el protagonista, después de tener un accidente doméstico arreglando un televisor, despierta creyendo tener poderes. A partir de aquí se dedicará a hacer de superhéroe con hilarantes consecuencias. La novela de Korvec tenía mucho de quijotesco, por cuanto realidad y ficción se cruzan en la mente del personaje principal. Kick-Ass no es exactamente la misma idea, pero algo de quijostesco también tiene. Pero Millar hace gala de su característico humor negro y del gusto por la violencia extrema, por lo que ha sido comparado a Tarantino en este cómic.
Kick-Ass se convierte en una especie de paradigma de nuestra sociedad. En la manera de entender ahora mismo los superhéroes: de una forma realista, sin ideales, reflejo de la sociedad ególatra en la que vivimos. En la manera en que retrata la adolescencia, donde, además de los impulsos que siempre moverán a los púberes (el sexo, principalmente), los muestra como son: víctimas de la sociedad de consumo, perdidos, forjando una nueva identidad en la sociedad digital. En las referencias que, de tan contemporáneas, pueden perderse dentro de unos años (a series: Heroes, CSI; a videojuegos, a internet...). En la forma de entender la violencia como un espectáculo alejado de toda moralidad y lleno de excesos a veces repugnantes (aunque de nuevo, todo esté ya inventado: recordad a Peckinpah, a Romero, al Ranxerox de Liberatore). Y, aún así, contar una buena historia que es capaz de divertir, enganchar y atrapar al lector hasta el final. Acompaña a Millar al dibujo un John Romita Jr. (Thor, Daredevil, Spiderman, etc.) en horas altas, con un coloreado impresionante, en la línea de lo que se hace ahora. Si habéis visto la película, no dejéis de leer el cómic, que está mucho mejor.
En Kick-Ass, la serie que editó Marvel bajo su sello Icon, y que ahora con la adaptación al cine recientemente estrenada, ha cobrado cierta resonancia en los medios, Millar plantea algo que sorprende por lo sencillo de su planteamiento ("¿cómo es que a nadie se le había ocurrido antes?", se pregunta el personaje): ¿qué ocurriría si alguien "normal" se pusiera un buen día a hacer de superhéroe? Dave es un friki como lo era Peter Parker en su momento, sólo que a él no le pica una araña radiactiva. Él es un fanboy, un friqui cualquiera como los hay a patadas en nuestra sociedad, que tiene su Myspace, participa en sus foros de internet y descarga películas. Y en un momento determinado decide hacer lo que ha visto hacer mil veces en los comicbooks.
Hemos dicho que el punto de partida es original en el caso del cómic, pero permitidme un apunte. No lo es tanto. Hace muchos años, el escritor Santiago Sánchez Pérez, alias Korvec, escribió la novela -inédita aún- Las creíbles desventuras de Anestesia Fist. En ella, el protagonista, después de tener un accidente doméstico arreglando un televisor, despierta creyendo tener poderes. A partir de aquí se dedicará a hacer de superhéroe con hilarantes consecuencias. La novela de Korvec tenía mucho de quijotesco, por cuanto realidad y ficción se cruzan en la mente del personaje principal. Kick-Ass no es exactamente la misma idea, pero algo de quijostesco también tiene. Pero Millar hace gala de su característico humor negro y del gusto por la violencia extrema, por lo que ha sido comparado a Tarantino en este cómic.
Kick-Ass se convierte en una especie de paradigma de nuestra sociedad. En la manera de entender ahora mismo los superhéroes: de una forma realista, sin ideales, reflejo de la sociedad ególatra en la que vivimos. En la manera en que retrata la adolescencia, donde, además de los impulsos que siempre moverán a los púberes (el sexo, principalmente), los muestra como son: víctimas de la sociedad de consumo, perdidos, forjando una nueva identidad en la sociedad digital. En las referencias que, de tan contemporáneas, pueden perderse dentro de unos años (a series: Heroes, CSI; a videojuegos, a internet...). En la forma de entender la violencia como un espectáculo alejado de toda moralidad y lleno de excesos a veces repugnantes (aunque de nuevo, todo esté ya inventado: recordad a Peckinpah, a Romero, al Ranxerox de Liberatore). Y, aún así, contar una buena historia que es capaz de divertir, enganchar y atrapar al lector hasta el final. Acompaña a Millar al dibujo un John Romita Jr. (Thor, Daredevil, Spiderman, etc.) en horas altas, con un coloreado impresionante, en la línea de lo que se hace ahora. Si habéis visto la película, no dejéis de leer el cómic, que está mucho mejor.
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