
En Kick-Ass, la serie que editó Marvel bajo su sello Icon, y que ahora con la adaptación al cine recientemente estrenada, ha cobrado cierta resonancia en los medios, Millar plantea algo que sorprende por lo sencillo de su planteamiento ("¿cómo es que a nadie se le había ocurrido antes?", se pregunta el personaje): ¿qué ocurriría si alguien "normal" se pusiera un buen día a hacer de superhéroe? Dave es un friki como lo era Peter Parker en su momento, sólo que a él no le pica una araña radiactiva. Él es un fanboy, un friqui cualquiera como los hay a patadas en nuestra sociedad, que tiene su Myspace, participa en sus foros de internet y descarga películas. Y en un momento determinado decide hacer lo que ha visto hacer mil veces en los comicbooks.
Hemos dicho que el punto de partida es original en el caso del cómic, pero permitidme un apunte. No lo es tanto. Hace muchos años, el escritor Santiago Sánchez Pérez, alias Korvec, escribió la novela -inédita aún- Las creíbles desventuras de Anestesia Fist. En ella, el protagonista, después de tener un accidente doméstico arreglando un televisor, despierta creyendo tener poderes. A partir de aquí se dedicará a hacer de superhéroe con hilarantes consecuencias. La novela de Korvec tenía mucho de quijotesco, por cuanto realidad y ficción se cruzan en la mente del personaje principal. Kick-Ass no es exactamente la misma idea, pero algo de quijostesco también tiene. Pero Millar hace gala de su característico humor negro y del gusto por la violencia extrema, por lo que ha sido comparado a Tarantino en este cómic.
Kick-Ass se convierte en una especie de paradigma de nuestra sociedad. En la manera de entender ahora mismo los superhéroes: de una forma realista, sin ideales, reflejo de la sociedad ególatra en la que vivimos. En la manera en que retrata la adolescencia, donde, además de los impulsos que siempre moverán a los púberes (el sexo, principalmente), los muestra como son: víctimas de la sociedad de consumo, perdidos, forjando una nueva identidad en la sociedad digital. En las referencias que, de tan contemporáneas, pueden perderse dentro de unos años (a series: Heroes, CSI; a videojuegos, a internet...). En la forma de entender la violencia como un espectáculo alejado de toda moralidad y lleno de excesos a veces repugnantes (aunque de nuevo, todo esté ya inventado: recordad a Peckinpah, a Romero, al Ranxerox de Liberatore). Y, aún así, contar una buena historia que es capaz de divertir, enganchar y atrapar al lector hasta el final. Acompaña a Millar al dibujo un John Romita Jr. (Thor, Daredevil, Spiderman, etc.) en horas altas, con un coloreado impresionante, en la línea de lo que se hace ahora. Si habéis visto la película, no dejéis de leer el cómic, que está mucho mejor.
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