05 diciembre 2025

'No sé, pero... creo que moriré', de Lorenzo Montatore (Astiberri)

Lorenzo Montatore es sinónimo de fusión de tradición con vanguardia. Así, de primeras, se me ocurre que habría sido un genial miembro de la generación del 27, porque sabe recoger los elementos del cómic popular español, de esas lecturas que seguramente hizo de pequeño, y adapta su gramática y su estética a sus intenciones reflexivas. El resultado son siempre cómics brillantes, atrevidos, que buscan lidiar con los límites del noveno arte. Este mes, Astiberri presenta la nueva obra de este autor: No sé, pero... creo que moriré.

Montatore es un autor incómodo. No se conforma con investigar un estilo, sino que cada una de sus obras anteriores es diferente en el acabado. Y sin embargo, en todas encontramos un denominador común, que no sólo es estético, sino también temática. En No sé, pero... creo que moriré encontramos trazas de una de sus obras anteriores, Queridos difuntos, en la que la muerte desea saber qué es aquello que tiene la vida que hace tanto temer a los seres humanos su visita, por lo que baja a convivir con ellos y saber qué sienten. En la nueva obra, nos encontramos dos planos, dos personajes que funcionan como un espejo entre la vida y la muerte: un niño descubriendo la muerte y un fantasmita recordando la vida.

En una primera lectura podríamos no atender a la profundidad del tema y tan sólo apreciar las bondades de la técnica de collage que Montatore usa y que lleva su obra a un nuevo nivel, emparentándola con las técnicas de composición dadaísta. En esa primera lectura podríamos pensar que la anécdota, la trama es en sí misma anodina, pero nada más lejos de la realidad. A pesar de su apariencia naïf, el cómic lleva una carga filosófica y reflexiva de admirar. Por un lado tenemos a un niño, aficionado a dibujar, que se va encontrando en diversas ocasiones, con la muerte: en el entierro de la sardina, casi como un ensayo ficticio, y luego con el fallecimiento de personas cercanas, lo que le lleva inevitablemente a pensar en su propia muerte. Por otro, tenemos a un fantasmita, que revisita lugares desiertos (la isla de un náufrago, una ciudad sin habitantes) y en los que intuimos la soledad de los muertos. El ectoplasma parece recrear su vida pasada y contemplar la vida, seguir los pasos de su carnoso doble. Porque ambos son las dos caras de la misma moneda. E incluso el lector tiene un par de pistas para saber cómo uno se convirtió en el otro.

Qué solos se quedan los muertos, decía Bécquer. Y qué pequeños, qué aturullados nos quedamos los vivos cuando somos conscientes de nuestra finitud, de que algún día cruzaremos el umbral. Montatore, creo, es en No sé, pero... creo que moriré más autobiográfico que nunca, más onírico. En un riguroso blanco y negro encontramos aquí técnica salvajemente mixta: rotuladores, bolis, papeles recortados, fotografía, textos mecanografiados, escultura... Todo contribuye a darle cuerpo a esta reflexión inesperada. Montatore vuelve a superarse a sí mismo. Este nuevo cómic es su título más redondo y un firme candidato a uno de los cómics del año. 

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