Si hay una historia que permanece como una de las más emblemáticas de toda la historia de los mutantes de Marvel, posiblmente sea la novela gráfica Dios ama, el hombre mata, de Chris Claremont y Brent Anderson.
Chris Claremont llevaba desde 1976 a cargo de la franquicia mutante. Él había sido el artífice de llevar a la Patrulla-X a un nuevo comienzo, con nuevos personajes, que había entusiasmado a los lectores. Claremont había apostado por personajes fuertes, tanto héroes como villanos pero especialmente en cuanto a los femeninos, y una importante presencia de temas sociales de fondo, como el racismo o la
marginación por ser diferente. De esta manera, cuando se creó el sello de Marvel Graphic Novels, heredero de Epic, con el que la editorial buscaba narrar historias algo más adultas (algunas de las cuales han sido reseñadas aquí en días anteriores), la tentación de que el padrastro de los mutantes escribiera una historia en esta línea. Pensada inicialmente para que la ilustrata Neal Adams, Dios ama, el hombre mata vio la luz en 1983.
La trama de la novela gráfica narra el enfrentamiento entre la Patrulla-X y un nuevo
movimiento anti-mutante, comandado por el fanático William Stryker, un religioso que
ve en los mutantes una aberración demoníaca que exterminar. Para ello, hará una interpretación extremista del Antiguo Testamento para que se adapte a sus propósitos. El origen de su obsesión, rayana en la locura: el nacimiento de un hijo deforme expuesto a las radiaciones nucleares, que le lleva a matar a éste y a su esposa). Stryker es retratado como un fundamentalista despiadado, que no hace sino seguir la máxima de Maquiavelo de que el fin justifica los medios. Llevado por su cruzada de origen divino, no importa la cantidad ni identidad de las bajas si ello contribuye a alcanzar su meta.
Creo que fue Stan Lee que resumía en diversos conceptos lo que representaban para él sus principales cabeceras: Los Cuatro Fantásticos eran la familia, los Vengadores, el grupo de amigos, y la Patrulla-X, el instituto. Claremont había llevado a la Patrulla-X a un nuevo nivel: jugaba con una baraja antigua pero con cartas nuevas, y podía ir más allá del origen de la Patrulla para contar historias más maduras. Aquí lo que importa es el subtexto. Aquí el carácter adulto de la historia viene indicado no sólo por el trasfondo, sino por el hecho, por ejemplo, de que los protagonistas deben enfrentarse a un enemigo que no es un superhéroe disfrazado, sino alguien convencido de que sus ideales son justos y vienen dictados por la voluntad divina. De esta forma, la pátina de realidad confiere a la historia un mérito más. Claremont critica la discriminación a varios niveles. Por una parte, la primera lectura es el fundamentalismo religioso de Stryker, que muy bien conocen en Estados Unidos, y que no es precisamente islamista. Por otra, esa persecución de lo diferente nos habla del maltrato de las minorías, sean de otra raza o de otra inclinación sexual. La Patrulla-X siempre ha ido sobre eso: sobre sentirse diferente y encajar, y qué actitud ante el mundo tomar. Xavier y la Patrulla-X han elegido convivir y luchar por esa convivencia, aunque se conviertan en mártires (¿el auténtico cristianismo? Claremont está ahí enfrentando a dos modelos de salvador: el intolerante Stryker y el pacificador Xavier). Magneto, que en esta ocasión se muestra sabio y cordial, convirtiéndose en aliado pasajero (y resultando así uno de los personajes más redondos de la novela), ha elegido la vía del ojo por ojo (de hecho, creo que en alguna ocasión se ha relacionado a Magneto con un pasado judío).
Brent Anderson proporciona aquí a Claremont un dibujo más realista y complejo, apropiado por el contexto que quiere crear. A Anderson lo veríamos luego junto a Kurt Busiek a los lápices de la aclamada Astro City. Tal vez Busiek, al buscar alguien para su proyecto (que es quizá la mejor síntesis de todo lo que puede representar un cómic de superhéroes), pensara precisamente en esta novela gráfica y todas las capas de significación que arroja.
Dios ama, el hombre mata sería una obra clave para entender el desarrollo de la franquicia mutante, y que además se utilizaría veinte años después como punto de partida para el guion de X-Men 2 (Bryan Singer, 2003).
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