
Stardust es, como dice su propio autor, una cuento de hadas para adultos. Bien escrito -en el estilo habitual de Gaiman, una prosa elegante y reposada, deudora de los cuentos tradicionales que tanto le gustan- y con todos los elementos clásicos que un cuento fantástico ha de tener. No hay nada de espectacular o de innovador en Stardust: si una cosa domina Gaiman es el arte de la imitatio, es decir, el de ajustarse a unos cánones clásicos para contar una historia prototípica con sus propios elementos combinatorios. La historia avanza poco a poco debido a la manía descriptiva del narrador (que por otra parte se adapta a los cánones establecidos), así que la trama necesita un tiempo para desarrollarse y enganchar al lector. Pero, finalmente, la historia encuentra la fuerza suficiente para tirar adelante y enganchar: sobre todo por los personajes, que consiguen, dentro de la vacuidad de los estereotipos, convertirse en personajes redondos. El final de la historia está a la altura del relato y del autor, un autor que conoce los mecanismos del relato mítico a la perfección.
De Charles Vess diremos que también está a la altura del trabajo, y que, sin ser especialmente santo de mi devoción (siempre he pensado que hay algunas perspectivas o proporciones que no sabe dibujar, y que todas las caras que hace se parecen a la de alguna vieja inglesa), destaca por su trabajo etéreo, feérico (nunca mejor dicho), y muy prerrafaelita, con el uso de lápices suaves y tonalidades vivas pero apagadas.
En resumen, Gaiman ofrece lo que promete: el resultado es correcto, pero debo de ser yo como lector, que siempre le exigiría un poco más a Neil de lo que me da.
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