Joann Sfar es uno de los autores más prolíficos de la nueva ola francesa. A obras abiertas o semiabiertas como El gato del rabino, Los viejos tiempos, Klezmer, Vampir, debemos añadir su incursión en las adaptaciones, como la que realizó hace poco de El principito de Saint-Exupéry, o en el mundo de la literatura ilustrada. Porque esto es lo que es El señor Cocodrilo está muerto de hambre. No es exactamente un cómic ni un libro infantil, es una mezcla entre ambos, en la que palabra y dibujos se van alternando de forma que ninguna gana sobre la otra. Y es una ocasión en la que Sfar se luce como narrador. En esta sencilla historia, en la que un indolente cocodrilo debe tratar de lidiar con su pertinaz hambre, Sfar ata los cabos mucho mejor que en algunas de sus series. Se trata de una aventura sencilla, dirigida a todo tipo de lector, pero que gustará especialmente a los más pequeños. El cocodrilo no sabe cómo comportarse en la ciudad, y la niña que encontrará será su guía, y entre ellos surgirá una especial amistad. El señor Cocodrilo está muerto de hambre es una historia inteligente, con humor, con hechos luctuosos que un cuento infantil también tiene que tocar (todos los animalitos y personas que se zampa el cocodrilo); una historia con la que podremos reflexionar con ese pequeño lector a quien va dirigida.
En el apartado estilístico, nos encontramos con el Sfar habitual, de trazo suelto e inacabado, que en esta ocasión se ve más amparado por la parcelación que produce la prosa que acompaña a los dibujos, lo que hace que esa libertad de viñetas del autor resulte adecuada y hasta agradable. Sfar da color con las acuarelas al estilo de Klezmer, en el que el color difuminado proporciona el calor que la obra necesita. En definitiva, una obra quizá considerada menor de Sfar (data de 2003), pero que Ponent Mon ha hecho bien en rescatar, porque es virtualmente superior a algunas otras del mismo autor que han tenido mucho más eco mediático.
En el apartado estilístico, nos encontramos con el Sfar habitual, de trazo suelto e inacabado, que en esta ocasión se ve más amparado por la parcelación que produce la prosa que acompaña a los dibujos, lo que hace que esa libertad de viñetas del autor resulte adecuada y hasta agradable. Sfar da color con las acuarelas al estilo de Klezmer, en el que el color difuminado proporciona el calor que la obra necesita. En definitiva, una obra quizá considerada menor de Sfar (data de 2003), pero que Ponent Mon ha hecho bien en rescatar, porque es virtualmente superior a algunas otras del mismo autor que han tenido mucho más eco mediático.
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