· El gran libro del infierno, de Matt Groening (Astiberri). La editorial vasca nos presenta un voluminoso libro recopilatorio de Groening que viene a añadirse a los anteriores El amor es el infierno y El trabajo es el infierno. Dividido en áreas temáticas, es una recopilación de las páginas que el autor de Los Simpson fue publicando en revistas durante los 80 y los 90. Groening tiene la chispa de siempre, pero en este tomo se le nota preocupado por otros aspectos de la realidad: en concreto, la política (los republicanos) y su paternidad (las páginas dedicadas a sus hijos y a sus cosas de niños es notable). Además, predomina en esta entrega las tiras protagonizadas por Akbar y Jeff, que tampoco es que sean mis personajes preferidos de Groening. En definitiva, una buena muestra del trabajo de Groening, quizá para los más completistas, pero interesante.
· Por encima de las nubes, de Jordan Crane (Bang Ediciones). Bang ha editado un tomo enorme (tapa dura, 24,5 x 31, color) y precioso con la obra de Jordan Crane, una historia tierna y onírica de un niño y su gato, que emprenden un viaje fantástico un día que aquél llega tarde al colegio. Brilla con su propia luz esa imaginería mckayniana del autor, ese trazo suave pero roto, que le aporta un toquecillo de feísmo en algún punto, y sobre todo, la planificación y el excelente color del álbum. Gráficamente, nos encontramos con una obra muy recomendable. Lástima de la penosísima traducción, que enturbia la lectura del lector algo quisquilloso. Por lo demás, chapeau para Bang.
· Betty Blues, de Renaud Dillies (Ponent Mon). Renaud Dillies construye una ficción sobre Rice Duck, un patito trompetista, y su tempestuosa relación con Betty. El desencuentro entre ambos -él, músico que sólo vive por la emoción de tocar; ella, perdida entre sus sentimientos y deslumbrada por el dinero de sus pretendientes- marca su relación y su destino final. Rice no será el único idealista de la trama: pronto conocerá a Bowen, un buho de aspiraciones anarquistas con el que se verá metido en diversos líos: personajes, en definitiva, que buscan seguir sus ideales y encontrar su lugar en el mundo. Fascina el trazo onírico de Dillies, que fluctua entre la expresividad del manga, la creación de un ambiente cargado y barroco de un Edward Gorey, y el uso de animales antropomorfizados con buen resultado. Dillies planifica bien las transiciones en la secuencias de sueño y compagina bien los momentos en que la acción se divide en dos líneas argumentales paralelas. Con todo, la intensidad inicial del argumento parece diluirse hacia el final y deja todo el peso de la obra en manos del carisma de los personajes. Magnífica edición de Ponent Mon para esta obra.
· Por encima de las nubes, de Jordan Crane (Bang Ediciones). Bang ha editado un tomo enorme (tapa dura, 24,5 x 31, color) y precioso con la obra de Jordan Crane, una historia tierna y onírica de un niño y su gato, que emprenden un viaje fantástico un día que aquél llega tarde al colegio. Brilla con su propia luz esa imaginería mckayniana del autor, ese trazo suave pero roto, que le aporta un toquecillo de feísmo en algún punto, y sobre todo, la planificación y el excelente color del álbum. Gráficamente, nos encontramos con una obra muy recomendable. Lástima de la penosísima traducción, que enturbia la lectura del lector algo quisquilloso. Por lo demás, chapeau para Bang.
· Betty Blues, de Renaud Dillies (Ponent Mon). Renaud Dillies construye una ficción sobre Rice Duck, un patito trompetista, y su tempestuosa relación con Betty. El desencuentro entre ambos -él, músico que sólo vive por la emoción de tocar; ella, perdida entre sus sentimientos y deslumbrada por el dinero de sus pretendientes- marca su relación y su destino final. Rice no será el único idealista de la trama: pronto conocerá a Bowen, un buho de aspiraciones anarquistas con el que se verá metido en diversos líos: personajes, en definitiva, que buscan seguir sus ideales y encontrar su lugar en el mundo. Fascina el trazo onírico de Dillies, que fluctua entre la expresividad del manga, la creación de un ambiente cargado y barroco de un Edward Gorey, y el uso de animales antropomorfizados con buen resultado. Dillies planifica bien las transiciones en la secuencias de sueño y compagina bien los momentos en que la acción se divide en dos líneas argumentales paralelas. Con todo, la intensidad inicial del argumento parece diluirse hacia el final y deja todo el peso de la obra en manos del carisma de los personajes. Magnífica edición de Ponent Mon para esta obra.
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