Posteriormente, Cunningham se consolidó como un autor de cómic documental, con obras como Science Tales (2014), donde desmonta con rigor científico algunas de las teorías conspirativas más populares —desde el negacionismo del cambio climático hasta las pseudociencias—; más recientemente, ha abordado temas de geopolítica y autoritarismo en obras como La Rusia de Putin (2021), una escalofriante crónica del ascenso del autoritarismo en la Rusia contemporánea. En todos estos trabajos, su dibujo —esquemático, de líneas claras, a menudo monocromático con acentos de color simbólico— actúa como una interfaz visual que facilita la comprensión de ideas complejas sin renunciar a la carga emocional del relato.
Con Elon Musk: retrato de un oligarca, Cunningham selecciona a un personaje que podría definir perfectamente los vaivenes de los últimos años en las sociedades capitalistas modernas. Porque para hablar del presente y del futuro inmediato de EEUU y de todo Occidente es inevitable citar al hombre más rico del mundo, y quizá el más polémico y odiado. Cunningham disecciona la bibliografía del billonario partiendo de su árbol genealógico: su abuelo fue un conocido tecnócrata, que más tarde apoyó fervientemente el apartheid cuando se mudó a Sudáfrica. Elon nació en el seno de una familia acomodada de Pretoria, lo que le brindó ventajas significativas a lo largo de su carrera. Gracias a su posición privilegiada, pudo estudiar en universidades de prestigio y mudarse joven a Canadá y luego a Estados Unidos. En 1995, junto a su hermano, fundó Zip2, una empresa que fue vendida por cientos de millones a Compaq apenas cuatro años después. Esa base económica le permitió impulsar una serie de proyectos de alto riesgo y capital intensivo: fundó X.com, que luego se transformó en PayPal; y, tras su venta a eBay, canalizó su creciente fortuna en iniciativas como SpaceX, Tesla, SolarCity, Neuralink, The Boring Company, y OpenAI. Las inversiones de organismos públicos y las ayudas provenientes de los impuestos americanos fueron clave para sus empresas, sin las limitaciones comunes a la mayoría de innovadores. En 2022, compró Twitter por 44.000 millones de dólares, y en 2021 se convirtió en la primera persona en alcanzar los 300.000 millones de dólares de fortuna personal. Porque no es oro todo lo que reluce en Musk, y Cunningham indaga en su vida y milagros aportando una bibliografía extensísima en la que se apoya su trabajo. Aunque el propio autor le concede a Musk que haya tenido una visión de negocio amplia y haya sabido orientar al futuro sus negocios (los trabajos de su equipo han hecho evolucionar el modelo de coche eléctrico, por ejemplo), no es menos cierto que estamos hablando de una persona narcisista, ávida de reconocimiento, celosa, inestable, vengativa y con unas ideas obtusas sobre el bien y el mal.
Cunningham demuestra en Elon Musk: retrato de un oligarca que la carrera de Musk se ha cimentado en sus privilegios de salida, y en el dinero de los demás. Ha quemado ingentes cantidades de dinero a espuertas, y pudiendo ser recordado como un filántropo que hizo avanzar a la Humanidad, pasará a la historia por ser un ser humano mediocre y egocéntrico.
El tipo de cómics que Cunningham escribe podría definirse como un cruce entre el ensayo gráfico, la divulgación científica y la crónica crítica. En la línea de otros autores como Joe Sacco o Igort, pone el cómic al servicio del conocimiento. Su estilo, didáctico y sencillo pero nunca cómodo, sólo tiene una pega: para tender puentes entre disciplinas y lectores diversos, sacrifica el amplio potencial simbólico que tiene el cómic en su narrativa. Pero eso no hace que su obra brille menos, sino simplemente que su valor documental se enfoque en lo que cuenta, y no en cómo.
Siempre algo incómodo y necesario, Cunningham nos interpela desde su nueva obra a reflexionar en la sociedad en la que vivimos.

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